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Hay hombres de una pieza, aunque la vida los haya deshecho en pedazos, aunque con quince años –niño apenas– les hayan aserrado una pierna, aunque una esquirla de un cañonazo les perfore un ojo y aunque una bala de mosquete les deje inútil la mano derecha. Injusto, pero muy propio de ese humor negro ...
Hay hombres de una pieza, aunque la vida los haya deshecho en pedazos, aunque con quince años –niño apenas– les hayan aserrado una pierna, aunque una esquirla de un cañonazo les perfore un ojo y aunque una bala de mosquete les deje inútil la mano derecha. Injusto, pero muy propio de ese humor negro tan español, es llamar a alguien así «medio hombre», cuando con su entereza y sus actos demostró serlo con creces. En este libro profusamente ilustrado por los pinceles de consagrados artistas como Pablo Outeiral o Augusto Ferrer Dalmau, una exhaustiva cartografía marca de la casa y una exquisita selección de imágenes de época, el reconocido experto en historia naval Guillermo Nicieza Forcelledo homenajea a Blas de Lezo y Olavarrieta, uno de los marinos de guerra más famosos de la historia de España, desde su infancia en Pasajes de San Pedro y su formación naval en la Marina Real francesa –donde tuvo su bautismo de fuego y recibió su primera herida, en la batalla de Vélez-Málaga– hasta el cénit de su carrera en la imposible y heroica defensa de Cartagena de Indias. Con el nacimiento de la Real Armada española, se destacó durante el asedio de Barcelona como prometedor capitán de fragata. Su primer destino como capitán de mar y guerra le llevó al mar del Sur, en misiones contra la piratería inglesa en las costas del Perú. Regresó a la Península para participar en las denodadas reconquistas de Orán y Mazalquivir, para después defender brevemente la Carrera de Indias y ser de nuevo destinado a América, al reino de Nueva Granada, cuyo apostadero estaba en Cartagena. Allí, el ya teniente general Blas de Lezo hubo de dar batalla a la invasora escuadra británica de Edward Vernon, primero desde su navío insignia, el Galicia, y luego desde la propia ciudad. Sucesivos y encarnizados ataques chocaron contra la férrea defensa dirigida por Lezo y el virrey Sebastián de Eslava y, a la postre, los británicos hubieron de retirarse con el rabo entre las piernas. Las medallas conmemorativas que Vernon se había apresurado a encargar, anticipando una victoria que no fue, quedaron para quincalla. El precio, empero, fue alto para don Blas: enfermo de tifus, falleció apenas cinco meses después, y, defenestrado debido a sus rencillas con el virrey, fue destituido de forma póstuma. Sin embargo, la memoria de Cartagena rehabilitó pronto su figura, hasta la actualidad, honrado por los buques de la Armada española que llevan su nombre y por su recuerdo en el sentir popular. Cojo, tuerto y manco, pero de una pieza: Blas de Lezo, una vida al servicio de España.
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