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Nuestra época vive una profunda paradoja. El país que más ha hecho en el último siglo por ampliar el perímetro del saber humano y desarrollar los beneficios de la tecnología ha enloquecido y predica el oscurantismo. El poder de los evangelistas es poco conocido en Europa, pero en Estados Unidos se h...
Nuestra época vive una profunda paradoja. El país que más ha hecho en el último siglo por ampliar el perímetro del saber humano y desarrollar los beneficios de la tecnología ha enloquecido y predica el oscurantismo. El poder de los evangelistas es poco conocido en Europa, pero en Estados Unidos se ha trasformado en una gran fuerza política. Son propietarios de cadenas de televisión y de periódicos, y tienen enorme influencia en la sociedad americana. Según el prestigioso instituto de sondeo Gallup, el 72% de los adultos afirma que la Biblia nos enseña los orígenes del universo y el 45% que Dios ha creado al hombre. Esto nos permite entender por qué se discute en los tribunales de Estados Unidos si Darwin y la Evolución se deben enseñar en las escuelas. Hasta ahora Europa se ha mantenido al margen de semejantes aberraciones, pero los síntomas ya se detectan. No sólo a la Iglesia Católica ha aparcado el Concilio Vaticano II y Alá se ha radicalizado; tampoco el mundo laico ha sabido renovar su capacidad de hacernos soñar. Y es ahí, en este vacío, donde crece la ignorancia y las respuestas fáciles que tiran por tierra siglos de luchas políticas y filosóficas para liberarse del amor sofocante a un Dios totalitario. Los bufones, antigua institución de la tradición laica, toman ahora las riendas y se enfrentan a las tinieblas. Por eso, Leo Bassi lleva la guerra al campo del enemigo desafiando a las teologías demonizadoras con La Revelación. En el nombre de la razón: que tiemble la fe.
Hace seis generaciones, un antepasado de Leo Bassi luchó con Garibaldi antes de crear uno de los primeros circos modernos. Más recientemente, su padre, famoso malabarista, trabajó en Estados Unidos (donde nació Leo en 1952) con Groucho Marx, Louis Armstrong y Ed Sullivan. De su familia, Leo Bassi ha heredado los trucos del oficio, aunque, más que seguir una tradición teatral, su propósito es mantener vivo el espíritu provocador que ha sido el sello de los Bassi. Para Leo, el espectáculo es una experiencia apasionante, sensacional, estremecedora.
Leo Bassi tiene algo especial. Por eso, no es de extrañar que haya vivido sucesos extraordinarios y situaciones absurdas, cómicas e incluso peligrosas: el 1 de marzo de 2006, un empleado del teatro donde actuaba descubrió una bomba incendiaria. La mecha estaba encendida y el artefacto ubicado sobre una pila de miles de viejos carteles rociados con gasolina. Nunca se descubrió al autor del atentado.
En 2005, en Río de Janeiro, Leo se mezcló entre cinco mil fervorosos evangelistas. En sus manos, nada más y nada menos que una pancarta en la que podía leerse: «No creo en Dios, pero sí en los filósofos y en la ciencia. ¡Viva Sócrates!». Entre gritos de ¡A la hoguera! fue rescatado por la policía. En 1991, en Kazajstán, se hizo pasar por viceministro del Ministerio de la Risa de la CEE, y acabó dando una conferencia ante más de tres mil estudiantes: «La Risa y el Libre Mercado».
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